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sábado, 13 de junio de 2009

A un paso de la obsesión.

La consecución de Atenas 2004 fue su moneda de cambio frente a la ilusión colectiva de un país, que soñaba a ciegas con tocar un cielo que oscureció antes de tiempo, en el mundial de Corea y Japón 2002. Un sueño social, que se arruinó en el trámite de lo impensado. El inminente adiós de Marcelo Bielsa, tras la corona olímpica, marcó hasta al más influyente prócer del fútbol argentino. Sus constructivas conferencias dejaban lecciones como esta:
"Los momentos de mi vida en los que yo he crecido tienen que ver con los fracasos; los momentos de mi vida en los que yo he empeorado, tienen que ver con el éxito. El éxito es deformante, relaja, engaña, nos vuelve peor, nos ayuda a enamorarnos excesivamente de nosotros mismos; el fracaso es todo lo contrario, es formativo, nos vuelve sólidos, nos acerca a las convicciones, nos vuelve coherentes. Si bien competimos para ganar, y trabajo de lo que trabajo porque quiero ganar cuanto compito, si no distinguiera qué es lo realmente formativo y qué es secundario, me estaría equivocando."

Con sus conceptos siempre claros y con un nuevo aire, dejando en el olvido el lamentable capítulo asiático, el reencuentro con la línea lateral de un campo de juego se hizo esperar. Pasaron un poco más de tres años para que Harold-Mayne Nicholls, sucesor de Reinaldo Sánchez como presidente de la asociación del fútbol chileno, lo contrate como nuevo técnico de la selección. Un proyecto serio que, a pesar del millón y medio de dólares cada año de contrato, se convirtió en el negocio más rentable para Mayne Nicholls y el fútbol chileno. Tener a Marcelo Bielsa en el banquillo chileno, aseguraba un elemento grande en convicción

Desde que pisó el complejo Juan Pinto Durán, sus ideas entraron como plegaria en las mentes de una renovada generación de jugadores, que el mismo acomodó y amoldó a su propio formato de juego. El convencer a cada una de sus piezas para integrar un modelo donde el protagonizar y dominar en todo campo de juego, a inicios costó, pero el tiempo le dio la razón. El formar una especie de cuartel y originar un cortocircuito con la prensa, fueron algunas de las limitaciones que tuvo que decretar para cumplir con su objetivo de construir un grupo centrado en sus pretensiones.

A base de disposiciones tácticas como el conformar una línea de tres, para transmitir a sus jugadores que la mayor cantidad de situaciones de peligro se logran por los lados, o el propiciar actuaciones de jugadores por encima de sus niveles mostrados, fueron características esenciales que idealizaron a encontrar una identidad de juego; las presiones constantes y el elevar rendimientos de jugadores de medio filo, como Gonzalo Jara o Roberto Cereceda, complementándolo con el talento de Matías Fernández, Alexis Sánchez o Humberto Suazo, hicieron posible un ofensivo sistema de juego.

Actualmente, Chile se ubica segundo en la clasificación de las eliminatorias sudamericanas. Es decir, a una victoria de colarse en el éxito. En una presencia mundial, luego de dos ausencias. El método riguroso de un técnico que regulariza hasta el más mínimo movimiento de sus propios jugadores en Pinto Durán, evidencian un trabajo moderno. Capacidad, pasión y su conocida obsesión por los videos son algunas virtudes que gradúan al argentino. Un conocimiento que privatizó hasta el mínimo intento de Lionel Messi de desequilibrar en el Nacional de Santiago. Su modelo protagonista y solidario, logró evitar pretensiones rivales.

Marcelo Bielsa convenció a un país entero que su estrategia fue certera. A solo 4 fechas para el final, con el pasaje a Sudáfrica en el bolsillo, merece que todo el pueblo sureño lo homenajee como el hombre del año.

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