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lunes, 20 de julio de 2009

Una tendencia de nunca parar.

Se transforma en el bocado perfecto, cuando un sistema está hambriento de gol. O tan vital como el agua, en un juego que tiene aspecto desértico, sin colorido y con tantos metros recorridos. Un recurso que en estos días parece haber ganado sus mejores minutos de fama. Aunque, siempre, estuvo presente. Tan ahí. Como un arma a la que no se le supo encontrar letalidad, para aprovecharla más a menudo.

Cuando las imprecisiones surgen, las mentes se nublan y los carriles se cierran, ¿Qué lo resuelve? La pelota parada. Quieta. Detenida. Como cada quien la quiera llamar. Circunstancialmente, a disposición de un pie bendito, alguna pizarra bien dibujada o expectante de alguna torpeza rival. Para muchos, sabiamente explotada. Sin embargo, a su vez, frecuentemente, se desentiende de una gran cantidad de técnicos y jugadores que olvidan un componente tan propio del fútbol. Pues, continuamente, lo sienten tan ajeno. Piensan que echan a perder encuentros por un medio extra-futbolístico. Si bien se dice que no existen secretos en el fútbol, hasta hoy, ni un estratega le encontró la vuelta. Parece una enfermedad, sin cura posible. La certeza a su prevención aún no está confirmada, por lo que el libro seguirá abierto a la controversia.

A pesar de todo ello, la pelota parada es razón de muchas páginas de fútbol. Tanto de éxitos como de fracasos. Copas del mundo, torneos continentales, nacionales; en fin. Es un tema mundial. Diego Armando Maradona y César Cueto, hicieron innecesario el esfuerzo de incontables porteros que quisieron desafiar sus zurdas; Zinedine Zidane, fue figura de un mundial por dos cabezazos certeros, nacidos a balón parado, poniendo al revés un país entero; la selección griega, sin más que orden y solidez defensiva, sorprendió al mundo adjudicándose una Eurocopa, por medio de un córner eficaz; y Estudiantes, hace una semana, recordó la mística del león levantando su cuarta Copa Libertadores, a base de una delicadeza salida del botín derecho de Juan Sebastián Verón.
Nolberto Solano, un eterno agradecido a ella, coincidió con su valor. “Resuelve campeonatos y títulos mundiales, es parte del fútbol. Vale todo”. Es que, es cierto. Así como en el torneo peruano, Alianza Lima no logra espantar ese fantasma, los cuadros más sobrevalorados del mundo, también sufren los balones detenidos.

Para la estadística, de los diez balones fijos que sirvió el cuadro platense en la definición de la Copa Libertadores en el Mineirao, ocho alcanzaron ser neutralizados por el bloque defensivo del Cruzeiro y las manos del arquero Fabio, mientras que de los dos restantes, uno acabó en la cabeza de Mauro Boselli y por tanto, en el gol del campeonato. A pesar que el mediocampista del club azul, Henrique (encargado de desestabilizar a Boselli), nunca dejó de atender al delantero del pincha, la elevación del máximo anotador del torneo fue tan imponente, que significó reencontrar a la Copa con el río de la Plata, luego de 39 largos años.

Entonces, su diagnóstico continuará siendo indefinido. Muchos, quedarán expuestos a tocar la gloria o quedar en el olvido, por este amplio margen de conquista o error. Los entrenadores podrán desgastar su pizarra, durante toda la semana, pero los partidos serán otra historia. Muy disímiles a lo previsto. Más aun, en un tiempo donde las pelotas paradas encontraron mayor protagonismo. Y si, la frase de Daniel Peredo es concreta. Si no se puede jugando, si no se puede elaborando, aparece ella; tan oportuna, necesaria y propia de un deporte que, por momentos, olvida los caminos del buen jugar.