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lunes, 21 de diciembre de 2009

Corazón de campeón

Messi le dio con el pecho, pero siente que conectó con el corazón. Con toda esa afición culé que observó cómo se cerraba el año, a vistas de la mejor versión de su historia. Seis títulos de seis como jamás un club lo consiguió. El rosarino dejo la sensación que marcó ese gol que le faltaba. Aquel que no formaba parte de su manual y menos le hacía sombra a su perfil. Incontables veces birló rivales, en otras ocasiones resolvió en el área, pareció sobrenatural cuando desafió su metro sesenta y nueva de estatura, en la final de Roma, y hasta hizo cosas de Maradona. Pero nunca anotó así. Con esa sobriedad e instinto que solo albergan los grandes y un prudentísimo golpe de pecho. No pensó, porque hay zonas del campo donde no permiten lugar para el ingenio. Solo hay que actuar confiando en lo que te pida la jugada. Leyó a la perfección aquel servicio de Dani Alves, como la noche donde un centro de Xavi les brindó el triplete, y realizó un tanto que dobló aquella consecución. Un sexteto, que invita a mirar, una y otra vez, atrás. Desde ese paseo liguero con festín en el Bernabéu, hasta el sueño cumplido de Abu Dabi; pasando por el épico bombazo de Iniesta en Stamford Bridge, a la inolvidable anotación de Pedrito en Mónaco ante el Shakhtar, donde un pase de Leo enterró para siempre el diminutivo de Pedro. El Barcelona, quiérase o no, esta campaña alcanzó la gloria. Un éxito, que en el fútbol no se podrá superar. Como sentenció el mandamás del club, Joan Laporta, está conquista probablemente la alcanzarán, pero de ninguna manera se podrá dejar atrás. Vivirá en la eternidad.

Quien antes de mandar a sus jugadores al campo frente a los dignísimos leones, que fueron los de Estudiantes, y les aseguró que pase lo que pase seguirán siendo el mejor cuadro del mundo, pero si vencen pasarán a ser eternos, fue Josep Guardiola. Un amante de una profesión, a la que con simpleza le arrebató el balón, como en sus tiempos de recuperador, y con un gran pase le reestructuró los códigos. Esté ganador con disfraz de novato, demostró que no hacen falta años de experiencia para que el saber predomine en el triunfo. Se fio de la cantera, le dio protagonismo a la esencia y armó una escuela. Una clase a la que supo sacar lo mejor de cada alumno.

A su estrella solo le pidió que fuese feliz jugando al fútbol. Hoy en Zurich, le puso broche de oro a su gran temporada, recibiendo el FIFA World Player, como mejor jugador del mundo. Aunque, seguramente su reto más delicioso será brillar en Sudáfrica. A Xavi e Iniesta les tumbó esa barrera que los resignaba a ser protagonistas, formando un mecanismo en que el colectivo prevalezca sobre cualquier individualidad. Con Puyol y Pique, plasmó solidez en el fondo. A Dani Alves le dio una llave llena de confianza, para abrir cuanta puerta le evite el paso por ese largo sector derecho. En el medio defensivo, encontró alternativas tanto en Keita, Busquets y Toure. Ibrahimovic no es Eto´o , y con goles ya se metió al bolsillo al Camp Nou. Pedro reflejó que la persiana sigue abierta para nuevos valores, su tanto del empate ante los de Sabella, fue quizás el gol más importante para obtener el trofeo que hacía falta en las vitrinas del club.

Más allá de los títulos logrados, el Barza echó sobre la mesa un estilo, donde quedó la impresión que siempre disfrutó jugando al fútbol. Se destacó con o sin balón, dañó tanto por dentro como por los lados, mostró la misma lucidez en cada cancha que recorrió, donde jugó y metió con el corazón. Aquel recurso que utilizó Messi para culminar un ciclo que propone, sin embargo, un desconocido final y que sobre el adiós, también exhibió Guardiola. Ese individuo que no pudo contener sus lágrimas frente a una grandeza propia de un equipo, que nunca dejo de ser eso: un verdadero colectivo.