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martes, 13 de octubre de 2009

El revolucionario Bielsa.

Para cruzar la cordillera no necesito de una buena vestimenta. Solo de la comodidad que le ofrece, hasta hoy, un buzo chileno. Con él implantó una exclusividad, ahuyentó sentimentalismos y en tres largos años consiguió algo más que una agradable convivencia con un pueblo que lo aprecia como si fuera oriundo. Un país al que cuando recién pisó, le transmitió la hegemonía del pesimismo. Un monopolio que invadió y ahogó a millones de almas que respiran fútbol. La poca competencia para asumir el reto Japón y Corea, la deshonra de aguantar el subsuelo del sueño Alemania y el nefasto adiós en la última Copa América, con falta de disciplina y compromiso de sus jugadores, que colocaron de cabeza el hotel de la concentración mediante los efectos del alcohol, proponía ver un cielo negro. Un nublado futuro, sin prosperidad. Sin embargo, apareció una luz de esperanza que con convicción y decisión revolucionó al fútbol chileno. Transformó, radicalmente, un pasado inmediato.

Alguna vez, Marcelo Bielsa, dijo ser un obsesivo del ataque. Pues, el defender se vale de la voluntad de correr, sumada a 5 o 6 pautas máximo, en cambio el juego ofensivo es infinito. Interminable. Y necesita del indispensable requisito del talento. Un elemento mucho más complicado de hacerlo compatible con los demás. Con esa propuesta persuadió a una nueva generación de jugadores que avalado por un gran respaldo dirigencial, fue su tripulación en un barco donde él tomó la brújula, puso dirección y convenció con un modelo ganador con destino a la gloria. Con un formato que al principio costó, pero el tiempo le dio la razón. Ser protagonistas y plasmar el mismo estilo en toda cancha, hoy, tiene a Chile en el Mundial. Hoy, tiene a 16 millones de personas sintiendo, verdaderamente, la felicidad. Hoy, demuestra que Bielsa no es más un loco porque sus ideas se cumplieron, sino más bien un santo milagroso del que Chile llama San Marcelino. Hay amantes de sus métodos que, incluso, lo piden de presidente, aunque él es consciente que los mayores responsables de la hazaña fueron sus dirigidos. “Estoy muy contento, sobre todo porque el grupo de futbolistas ha sido absolutamente fiel a lo que intentamos, me refiero a todos, a los que ahora están y a los que no están. Es un logro de todos ellos”.

Si algo tuvo de presidente fue autoridad. En su momento, la visita de Paraguay a Santiago trajo la incertidumbre a escena. El 3 a 0 en contra sufrido a vistas del Nacional por la 4ta fecha, hizo que la prensa y el público le recriminaran cada decisión establecida. Bielsa no quiso problemas. Volvió el Complejo Pinto Durán en un cuartel y marcó un cortocircuito con la prensa. Pero cómo es el fútbol que a una fecha del final, todos lo adoran. Incluso, los resultados. No solo recibió aplausos en las victorias, sino también en las derrotas. Cuando Chile cayó goleado en casa ante Brasil, el equipo murió de pie. Para esa instancia, el chip de la gente había cambiado. Distinto al de las fechas de apertura. El margen de error había crecido. El público despidió con elogios y su premio llegó la fecha siguiente con una contundente goleada por 4 a 0 ante Colombia. Dirigentes, técnico, jugadores, hinchas y periodistas, ya estaban comprometidos. La mesa estaba servida para un gran asado en honor a la estrella de Bielsa, que no se veía solitaria.

El rosarino demostró ser un entrenador con firmeza. Auténtico. Colocar a Jorge Valdivia a solo 28 minutos del inicio, por Matías Fernández tuvo aspecto de riesgo. Para él, fue una seguridad. El mago respondió y fue el conductor de la inolvidable tarde noche en Medellín. La prematura clasificación fue obra de un autor que no le dio color a su cuadro a última hora, las pinceladas las aplicó durante todo el proyecto. Incluir a Valdivia solo fue el toque final.

Chile ya no sueña, vive una realidad. Después de 12 años está en la cita más importante del mundo futbolístico. Pisará Sudáfrica el próximo año y, seguramente, jugará a lo mismo: A lo Marcelo Bielsa.